Por: Jaime Rueda Domínguez
Era el Lunes de Carnaval del 5 de marzo de 1984. La Reina, Flavia Santoro Trujillo, la misma que fue directora de Procolombia durante el gobierno de Iván Duque. Los carnavaleros se alistaban para apretujarse en el ya desvencijado Coliseo Cubierto Humberto Perea, para disfrutar el XV Festival de Orquestas. Ese día ganó su primer Congo de Oro Joe Arroyo. “Ron para todo el mundo” de Dolcey Gutiérrez fue el éxito musical de ese Carnaval, también ganador del mismo trofeo.
De ese año recordamos algunos hechos relevantes: el Junior de Barranquilla rompe el mercado local al contratar a Didi Alex Valderrama, en ese momento el mejor futbolista colombiano. Juan Gossain se vincula a Radiosiucesos RCN; Virginia Vallejo y Jorge Barón conforman “la pareja show del 84”; nace el Noticiero Nacional, siendo nosotros el primer corresponsal para la Costa.
Ese día, como a las 10:00 de la mañana me disponía dirigirme a los estudios de La Voz de Barranquilla de la cadena RCN, donde respondía por el noticiero local.
Me acompañaban en la Redacción, Mario Morales Duque, Tony Lemus Navarro y Esmeralda Ariza. Locutaba, Luis Eduardo Castañeda Escobar.
La idea era trasladarme de allí al Humberto Perea donde calentaba motores el Festival, creado por Arturo López Viñas en 1969.
En aquella época todavía vivía en la casa donde me creí y crecí, en la calle 76 # 47-33.
Tomé un taxi cuyo conductor debía seguir la ruta tradicional para llegar a la calle 73 frente a la Olímpica, donde quedaba la emisora (Kra 44, calle 72, Kra 43 y calle 73)..
Cuando llegamos a la esquina de Cuartel (Kra 44) la vía estaba cerrada y desviando el tráfico hacia la Kra 43B. Noté muchas personas agolpadas frente a la casa contigua a Jardín Americano.
Inmediatamente pensé: “Aquí pasó algo”. Me bajé y me dirigí al inmueble. Había algunos policías.
Como tenía puesta mi camisa amarilla con el emblema de RCN me identifiqué fácilmente, además, de mostrar mi carnet.
Pregunté: ¿Qué pasó aquí? y el uniformado me respondió: “Adentro hay tres mujeres muertas a garrotazos”. Le dije: ¿Puedo seguir? ¡Que extraño!, el uniformado no me lo impidió.
Hoy pienso que hace 40 años no colocaban la cinta protectora preservando el área de la escena de los hechos o escena del crimen, generalmente de color amarillo llamativo, con un claro mensaje subliminal de NO PASAR.
Pues bien, en ese momento nada se sabía sobre quiénes eran las víctimas, ni circunstancias de esa tragedia familiar. Ni siquiera había un medio de comunicación presente en el lugar.
Recordemos que en 1984 no existía aún Telecaribe (1986); no habían llegado los teléfonos celulares; los periódicos locales no circulaban en Carnaval, la Internet todavía era incipiente y la radio se dedicaba a transmitir los eventos del Carnaval.
La casa de la masacre era de las típicas del barrio El Porvenir, que construyó Angel Palma en la década del 50: con sala, antesala, dormitorios laterales, cocina y un hall que llevaba al patio, más dos cajas aire o callejones laterales.
Cuando empujé la puerta principal de la vivienda, enseguida veo un cuerpo boca arriba tendido en el piso de la sala, cubierto con una sábana blanca, que dejaba al descubierto la parte final de un jean azul tubito y los pies blancos de una mujer joven, con uñas rojas bien cuidadas. Era el cuerpo sin vida de Lucía Fernanda Kaled, de sólo 16 años, que fue a pasar la fatídica noche donde su abuela.
Luego, vi un segundo cuerpo en el piso formando un ángulo de 90°. El tronco superior estaba reclinado sobre el biombo de cemento que separaba la sala de la antesala. Estaba también cubierto con una sábana, pero alcanzaba a apreciarse una enorme protuberancia sobre la parte superior de la espalda. Parecía una giba. Así sería la contundencia de los trancazos. Después se supo que era Nina Kaled Chedraui, de 50 años.
Finalmente, hice un paneo visual sobre las paredes y la escena era horripilante; pedazos de sesos humanos. Sí, masa de tejido nervioso contenida en la cavidad del cráneo, salpicando las paredes de la sala, que indicaba la brutalidad de lo allí ocurrido.
Es más, 40 años después, cuando voy a un supermercado y veo empaquetado sesos de res, no puedo evitar acordarme de aquella escena.
No quise ver más, no me enteré dónde estaba el tercer cadáver, ni cómo quedó; el de la abuela, Lucía Chedraui de Kaled, de 74 años.
Me marche rápidamente de allí y tomé otro taxi. Inmediatamente, con los datos fragmentarios que tenía, redacté una noticia que envié a Bogotá al Telefax 043279 y después grabamos un informe.
Seguidamente, al Coliseo Cubierto al cubrimiento del Festival de Orquestas., mientras la ciudad apenas comenzaba a entrarse de la barbarie por el voz a voz.