La gripe española mató a más gente que cualquier otra enfermedad infecciosa de la historia.
“Cada año que pasa —afirma cierto experto— estamos más cerca de la siguiente pandemia.”
Averigüe qué razones tenemos para creer que se producirá una epidemia de alcance mundial.
¿Podría volver a ocurrir?
AL MIRAR al pasado cercano, es posible que veamos una época peculiar pero interesante a la vez, quizás incluso fascinante.
En Europa y Norteamérica, pongamos por caso, fueron tiempos de carruajes de caballos, sombreros de copa y largas faldas de cola.
Sin embargo, también fueron años terribles en los que la muerte asolaba el mundo. ¿La causa?
No fueron las guerras, pese a los estragos que hacían por aquel entonces.
No, estamos hablando de otra calamidad ocurrida entre 1918 y 1919, y considerada la más destructiva de la historia humana: la gripe española.
En aquel entonces se desconocía un remedio o cura eficaz, de modo que la cantidad de víctimas era incontable.
Millones de jóvenes sanos morían repentinamente en la flor de la vida, y los cadáveres se acumulaban con tanta rapidez que no daba tiempo a enterrarlos.
En algunos lugares llegaron a desaparecer aldeas y pueblos enteros.
Este episodio ocurrió hace unos ochenta y cinco años (hoy, hace 102 años). ¿Conocemos ahora la causa de aquella enfermedad? ¿Podría volver a ocurrir una calamidad semejante? Y en caso de que así fuera, ¿sabríamos cómo protegernos?
Hay otro aspecto acerca de este tema que resulta cautivante. ¿Sabía usted que la Biblia habló hace mucho tiempo de las pestes que hemos visto en nuestros días? (Lucas 21:11; Revelación [Apocalipsis] 6:8.)
¿Será posible que la gripe española haya sido parte del cumplimiento de dichas profecías? La respuesta a estas y otras preguntas se analizará en los siguientes artículos.
La peor plaga de la historia
EN OCTUBRE DE 1918, el mundo seguía inmerso en la I Guerra Mundial. Aunque las hostilidades estaban a punto de llegar a su fin, todavía se mantenía cierta censura sobre la prensa.
De ahí que fuera un país neutral en el conflicto, España, el responsable de informar que la población civil de muchas naciones estaba enfermando y muriendo a un ritmo alarmante.
Por esta razón, dicha plaga pasó a la historia con el nombre de gripe española.
La pandemia comenzó en marzo de 1918.* Muchos investigadores creen que se originó en el estado de Kansas (EE.UU.), desde donde al parecer se extendió a Francia con la llegada de soldados norteamericanos.
Tras producirse un gran número de muertes por gripe, en julio de 1918 parecía que lo peor ya había pasado.
Poco se imaginaban los médicos de entonces que la enfermedad solo estaba recuperando fuerzas para convertirse en un asesino más despiadado.
El mundo se alegró cuando la I Guerra Mundial llegó a su fin el 11 de noviembre de 1918.
Irónicamente, casi al mismo tiempo, la enfermedad se extendía a lo largo y ancho de la Tierra.
Se había convertido en un monstruo que acaparaba los titulares del mundo entero.
De los que vivieron en aquel tiempo, pocos salieron indemnes y todos estaban aterrorizados.
Un reconocido experto en la materia comentó: “En 1918, la esperanza de vida en Estados Unidos se acortó en más de diez años”. ¿En qué se diferenciaba esta epidemia de otras ocurridas antes?
Una plaga única
Una de las diferencias más alarmantes fue lo repentino de sus ataques.
Encontramos una muestra de ello en la reciente obra The Great Influenza (La gran gripe), de John M. Barry, donde, citando de un informe, se relata lo siguiente:
“En Río de Janeiro, el estudiante de medicina Ciro Viera Da Cunha esperaba el tranvía cuando un hombre le preguntó algo con voz perfectamente normal y, acto seguido, murió.
En Ciudad del Cabo (Sudáfrica), Charles Lewis estaba subiéndose a un tranvía para regresar a casa cuando el cobrador se desplomó, muerto.
Durante el trayecto de cinco kilómetros fallecieron seis personas a bordo del tranvía, entre ellas el conductor”. Todos fueron víctimas de la gripe.
A esta circunstancia hay que agregar el miedo que generó, un miedo a lo desconocido.
La ciencia no sabía qué causaba la enfermedad ni cómo se transmitía exactamente.
Con todo, se tomaron medidas en interés de la salud pública: se pusieron en cuarentena los puertos y se cerraron cines, iglesias y otros locales públicos.
Por ejemplo, en la ciudad de San Francisco (California, EE.UU.), las autoridades ordenaron que toda la población llevara mascarillas.
Cualquiera que no las llevara en público se arriesgaba a ser multado o encarcelado.
Pero nada parecía funcionar: las precauciones eran pocas y, cuando se tomaban, ya era demasiado tarde.
También provocaba miedo el hecho de que la gripe no discriminara a nadie.
Por razones todavía sin aclarar, los principales afectados por la pandemia de 1918 no fueron personas de edad avanzada, sino jóvenes sanos.
La mayoría de las víctimas mortales de la gripe española tenían entre 20 y 40 años de edad.
Asimismo, fue una epidemia de verdadero alcance mundial. Ni siquiera las islas tropicales se libraron.
En Samoa Occidental (ahora llamada Samoa), la enfermedad entró a bordo de un barco el 7 de noviembre de 1918, y en dos meses mató al 20% de sus 38.302 habitantes.
De los principales países del mundo, ninguno escapó sin sufrir numerosas bajas.
Otro aspecto singular fue su magnitud. Analicemos el caso de Filadelfia (Pensilvania, EE.UU.), ciudad a la que la enfermedad atacó con rapidez y de forma sumamente letal.
A mediados de octubre de 1918 no había ya suficientes ataúdes.
El historiador Alfred W. Crosby comenta: “Cierto fabricante de féretros aseguró que hubiera podido vender 5.000 en dos horas, de haberlos tenido.
Había ocasiones en las que el depósito de cadáveres de la ciudad tenía diez cuerpos por cada féretro disponible”.
En relativamente poco tiempo, la gripe había matado a más personas que cualquier otra pandemia similar de la historia humana.
Por lo general se acepta que murieron 21.000.000 de personas en todo el mundo, pero hoy día hay epidemiólogos que creen que la cifra fue mayor, quizás 50 o incluso 100 millones. John M. Barry, mencionado antes, señala:
“La gripe española mató a más personas en un año que la peste negra de la Edad Media en un siglo; mató a más personas en veinticuatro semanas que el sida en veinticuatro años”.
Por increíble que parezca, fallecieron más estadounidenses en aproximadamente un año debido a la gripe que los que murieron luchando en las dos guerras mundiales juntas.
La escritora Gina Kolata señala: “Si una plaga semejante se desatara hoy y acabara con un porcentaje similar de la población de Estados Unidos, morirían un millón y medio de norteamericanos, cifra que supera la de quienes mueren anualmente por enfermedades cardíacas, cáncer, apoplejías, enfermedades pulmonares crónicas, sida y Alzheimer”.
En pocas palabras, la gripe española fue la pandemia más devastadora de la historia de la humanidad. ¿Pudo hacer algo la ciencia médica?
Cuando los médicos no sabían qué hacer
A principios de la I Guerra Mundial, la medicina parecía haber logrado grandes avances en la lucha contra las enfermedades.
Incluso durante la guerra, los médicos se enorgullecían de haber reducido los efectos de las enfermedades infecciosas.
Por aquel entonces, la revista The Ladies Home Journal afirmó que los hogares norteamericanos ya no precisaban una habitación para velar a los muertos y proponía llamar de ahí en adelante a esos cuartos living rooms, que en inglés significa “salas para los vivos”.
Pero entonces surgió la gripe española, que prácticamente dejó a los médicos con las manos atadas.
Alfred W. Crosby escribe: “Los profesionales médicos de 1918 fueron parte del mayor fracaso de la medicina del siglo XX o, si se mide en función del número total de muertos, [el mayor fracaso] de todos los tiempos”.
Para quitarles un poco de responsabilidad a los facultativos, el escritor John M. Barry aclara:
“En aquel entonces, los científicos captaron a la perfección la magnitud de la plaga, sabían cómo curar las neumonías secundarias causadas por bacterias y propusieron medidas sanitarias que hubieran salvado a decenas de miles de estadounidenses. Pero los políticos no les hicieron caso”.
Así pues, volviendo a nuestros días, más de cien años después, ¿qué se ha descubierto sobre esta terrible pandemia? ¿Cuál fue la causa? ¿Podría volver a ocurrir? Si así fuera, ¿se la podría vencer? Tal vez le sorprendan algunas de las respuestas.
La gripe española: lo que sabemos ahora
CORRE el año 1997 en Brevig, una pequeña aldea inuit en la tundra helada de la península de Seward (Alaska).
Un científico está sentado ante el cadáver de una mujer joven que él y sus cuatro ayudantes esquimales acaban de desenterrar del permafrost.
La mujer es una de las víctimas de la gripe de 1918, y ha estado sepultada allí en el hielo desde entonces.
Pero ¿para qué examinar el cadáver ahora? El científico espera hallar todavía en los pulmones el agente responsable de aquella variedad de la gripe, para luego aislarlo e identificarlo mediante avanzadas técnicas genéticas. ¿Y de qué serviría? Pues bien, para responder a esta pregunta tenemos que comprender un poco mejor cómo actúan los virus y qué los hace tan peligrosos.
Un virus que puede ser mortal
Hoy sabemos que el causante de la gripe, llamada también influenza, es un virus que se transmite de una persona a otra a través de secreciones respiratorias expulsadas al toser, estornudar y hablar.*
Es común en todo el mundo, incluso en los trópicos, donde puede atacar en cualquier época del año.
En el hemisferio norte, la temporada de gripe transcurre de noviembre a marzo, mientras que en el hemisferio sur, de abril a septiembre.
El virus de la gripe de tipo A —la forma más peligrosa en que se puede presentar esta enfermedad— es pequeño en comparación con muchos otros, y suele consistir en una esfera con proteínas que se proyectan a modo de púas.
Cuando infecta una célula humana, se reproduce con tanta rapidez que, a menudo en menos de diez horas, salen a través de la membrana celular entre 100.000 y 1.000.000 de nuevas “copias” de este virus.
Un rasgo temible de este organismo simple es su facilidad para realizar mutaciones.
Se reproduce tan rápido (incluso mucho más que el VIH) que sus numerosas “copias” no salen exactas.
Algunas cambian lo imprescindible para que el sistema inmunológico no las detecte.
Por eso, todos los años nos enfrentamos a nuevas cepas de gripe con antígenos distintos que ponen a prueba nuestra inmunidad.
Si el antígeno cambia lo suficiente, el sistema inmunológico casi no podrá defenderse y puede producirse una pandemia.
Por otro lado, los virus de la gripe, o influenza, también infectan a animales, lo que supone una amenaza para los seres humanos.
Se cree que el cerdo puede alojar tanto a variedades del virus que atacan a pollos y patos como a otras que afectan al hombre.
Si dos tipos de cepas, uno animal y otro humano, infectan al mismo cerdo, los genes de ambos virus pueden mezclarse y producir una cepa de gripe totalmente nueva contra la que el hombre no esté inmunizado.
Hay quienes opinan que las comunidades rurales en donde conviven aves, cerdos y personas muy cerca unos de otros —como suele ocurrir en Asia, por ejemplo— son posibles fuentes de nuevas cepas de gripe.
¿Por qué fue tan letal?
En otras palabras, la pregunta es: ¿qué tenía de particular esta cepa de 1918 que mataba a los jóvenes de neumonía?
Aunque no se dispone de ninguna muestra viva del virus de entonces, los científicos creían desde hacía tiempo que, si pudieran hallar una muestra congelada, quizás fueran capaces de aislar el ARN intacto y descubrir qué hizo a aquella cepa tan letal. Y, hasta cierto grado, lo han logrado.
Gracias a la muestra congelada de Alaska que se menciona al principio del artículo, un equipo de investigadores ha podido identificar y secuenciar la mayor parte del genoma del virus de 1918.
Aun así, los científicos todavía no han descubierto por qué era tan agresiva esa cepa.
Parece, no obstante, que estaba emparentada con una variedad que infecta a cerdos y aves.
¿Podría surgir de nuevo?
Muchos especialistas opinan que no es cuestión de si ese despiadado virus de la gripe volverá a aparecer, sino cuándo y cómo lo hará.
De hecho, algunos calculan que aproximadamente cada once años aparece un nuevo brote de influenza importante, y cada treinta, uno muy grave.
De acuerdo con estas predicciones, hace tiempo que a la humanidad le tocaba sufrir otra pandemia.
En 2003, un artículo de la publicación médica Vaccine advertía: “Han transcurrido treinta y cinco años desde que se produjo la última pandemia de influenza, y el intervalo entre pandemias más largo del que se tienen datos fiables es de treinta y nueve años”.
Y luego añadía: “El próximo virus pandémico puede surgir en China o en un país cercano, y es posible que incluya antígenos de superficie o factores de virulencia derivados de cepas de gripe animal”.
El mismo artículo predecía al respecto: “La infección se propagará rápidamente por todo el mundo en varias oleadas y afectará a personas de todas las edades.
Habrá trastornos generalizados en las actividades sociales y económicas a escala internacional.
La desproporcionada mortalidad alcanzará prácticamente a todos los grupos de edad.
Ni siquiera parece probable que los sistemas de salud de las naciones con economías más desarrolladas sean capaces de satisfacer de forma adecuada la demanda de atención médica”.
¿Debería alarmarnos tal perspectiva? John M. Barry, autor del libro The Great Influenza, lo expone como sigue:
“Un terrorista con un arma nuclear es la pesadilla de cualquier dirigente político. La aparición de una nueva pandemia de gripe también debería serlo”.
¿Disponemos de tratamientos eficaces?
Tal vez piense que en la actualidad ya se cuenta con tratamientos eficaces contra la gripe.
Pues bien, le tenemos buenas y malas noticias. Las buenas son que hay antibióticos que pueden reducir el número de muertes debidas a neumonías secundarias causadas por bacterias, y que existen fármacos eficaces contra algunas cepas de la influenza.
Además, la inmunización ayuda a combatir el virus si se identifica la cepa específica y las vacunas se preparan a tiempo. ¿Y cuáles son las malas noticias?
La historia de la inmunización contra la gripe tiene sus páginas negras:
Desde el desafortunado episodio de vacunación contra la gripe porcina en 1976 hasta la insuficiente producción de vacunas en 2004.
Y aunque la medicina ha realizado grandes avances desde la I Guerra Mundial, la comunidad médica todavía no conoce ninguna cura definitiva contra un virus potente.
No sorprende, pues, que algunos se pregunten: “¿Podría repetirse lo ocurrido en 1918?”.
El Instituto Nacional de Investigación Médica, de Londres, afirmó en un informe lo siguiente:
“En algunos aspectos, nos encontramos en las mismas condiciones que en 1918:
Un elevado flujo internacional de personas debido al desarrollo de los medios de transporte, los consabidos problemas de desnutrición y falta de higiene en las zonas de guerra, y una mayor proporción de la población mundial —que ya alcanza los 6.500 millones de habitantes— viviendo en zonas urbanas donde los servicios de eliminación de residuos están en franco deterioro”.
Un respetado especialista norteamericano concluye: “Resumiendo, cada año que pasa estamos más cerca de la siguiente pandemia”.
¿Significa todo lo dicho que nos espera un futuro sombrío, que no hay esperanza? ¡De ningún modo!
Las pandemias: ¿qué ocurrirá en el futuro?
LA PANDEMIA de gripe que tuvo lugar en el año 1918 ha hecho recordar a algunos analistas las profecías bíblicas.
Por ejemplo, en el libro Flu—The Story of the Great Influenza Pandemic of 1918 and the Search for the Virus that Caused It (La gripe: la historia de la gran pandemia de influenza de 1918 y la búsqueda del virus que la causó), Gina Kolata señala:
“A la plaga de 1918 le dieron el nombre de gripe, pero nunca antes hubo una gripe igual. Más parecía una profecía bíblica hecha realidad”.
¿En verdad dice la Biblia algo que se relacione con esta desgracia humana? Pues sí lo dice.
Pestes profetizadas por la Biblia
Cuando sus discípulos le pidieron a Jesucristo una señal de “la conclusión del sistema de cosas”, él les respondió:
“Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá grandes terremotos, y en un lugar tras otro pestes” (Mateo 24:3; Lucas 21:7,10, 11).
La Biblia también predice que, durante el tiempo del fin, habría “plaga mortífera” (Revelación 6:8).
La gripe española comenzó su azote a finales de lo que hoy conocemos como la I Guerra Mundial (1914-1918), llamada entonces la Gran Guerra.
Este período marcó el inicio del cumplimiento de las profecías bíblicas acerca de “los últimos días”.
Dichas profecías mencionaron terribles escaseces de alimentos, grandes terremotos, aumento de la rebeldía y un notable deterioro de los valores morales.
De seguro, a usted no le cuesta reconocer esas características en el mundo actual (Mateo 24:3-14;2 Timoteo 3:1-5).
El cumplimiento de las profecías sobre “pestes” y “plaga mortífera” ha ocasionado incontables temores, sufrimientos y pérdidas de vidas.
Según la publicación Microbes and Infection, “no hay motivos para creer que no se producirá otra pandemia pronto. Parece inevitable que ocurra”.
La amenaza continúa
Otra publicación, Emerging Infectious Diseases, dice en su número de abril de 2005: “Los optimistas creían que para nuestros días ya se habría erradicado la amenaza de las enfermedades infecciosas”.
Sin embargo, como explica a continuación, estas “no han dejado de aparecer una y otra vez”.
La revista Nature del 8 de julio de 2004 expone el resultado: “Se calcula que hay unos quince millones […] de muertes anuales en todo el mundo directamente relacionadas con las enfermedades infecciosas”.
Esta misma revista indica: “La aparición del sida nos recordó las consecuencias de los nuevos brotes de enfermedades infecciosas y que no podemos evitarlos”.
ONUSIDA, un programa auspiciado conjuntamente por las Naciones Unidas y otros organismos, informa:
“En los 45 países más afectados, se prevé la muerte prematura de 68.000.000 de personas entre 2000 y 2020 debido al sida”.
La devastadora plaga del sida ha matado a más de veinte millones de personas en los pasados veinticinco años.
La gripe española también mató a millones, pero en poco más de un año.
Pues bien, los expertos llevan tiempo advirtiendo que ya debería haber surgido otra forma de gripe muy agresiva para la cual no estamos preparados.
El 19 de mayo de 2005, el servicio de noticias para organizaciones humanitarias AlertNet, de la Fundación Reuters, informó sobre la continua aparición de nuevos virus de gripe y añadió que “constituyen una constante amenaza de pandemia cada vez más probable”.
Un día antes, The Wall Street Journal había dicho: “El virus de la gripe aviar que asola en la actualidad Asia se conoce como H5N1 y se detectó por primera vez en los mercados de aves de corral de Hong Kong en 1997.
Lo que lo hace singular es su virulencia: mata al 80% de los infectados”. Los informes indican que puede contagiarse cualquier persona que esté en estrecho contacto con animales infectados.
¿Un futuro sombrío, o prometedor?
Tal vez parezca que nuestras perspectivas de disfrutar de un futuro sin enfermedades difícilmente se hagan realidad.
Al hablar de las pestes de los últimos días, Jesucristo indicó con claridad que hay motivos para preocuparse.
Sin embargo, la Biblia también nos da esperanza. Tomemos, por ejemplo, el caso de Noé y su familia y la promesa que Dios le hizo antes del diluvio universal.
Primero le advirtió de que se aproximaba una destrucción, y entonces le mandó construir un arca, donde él y otros pudieran refugiarse (Génesis 6:13, 14; 7:1).
El apóstol Pedro explicó que “la paciencia de Dios estaba esperando en los días de Noé, mientras se construía el arca” y que, cuando esta se completó, las personas que sobrevivieron “fueron llevadas a salvo a través del agua” (1 Pedro 3:20).
Jesucristo, quien pronunció muchas profecías acerca de las condiciones mundiales en medio de las cuales vivimos hoy, reveló que nuestros tiempos se parecerían a los de Noé.
Quienes, como Noé, confían en Dios tienen la perspectiva de sobrevivir a una extensa destrucción (Lucas 17:26, 27).
Juan, que era apóstol de Jesús, escribió: “El mundo va pasando, y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17).
Por tanto, el sistema mundial de nuestros días llegará a su fin. ¿Cómo será la vida de los sobrevivientes?
El apóstol Juan tuvo una vista de las maravillosas condiciones en las que se encontrará la Tierra bajo el Reino de Dios:
“[Dios] residirá con ellos, y ellos serán sus pueblos. Y [él] mismo estará con ellos. Y limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado” (Revelación 21:3, 4).
El futuro no tiene que ser sombrío para usted. Si se esfuerza por conocer a Dios y aprende a confiar plenamente en él, le espera un futuro prometedor.
Dios nos garantiza que en ese nuevo mundo los muertos resucitarán (Juan 5:28, 29; Hechos 24:15).
Y las pestes desaparecerán para siempre. Como parte de una profecía que se cumplirá en ese nuevo mundo, la Biblia promete: “Ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’” (Isaías 33:24).
[Fuente: Biblioteca en línea].